9.10.10

Gordos.

El antro es cutre, guarro, en el suelo se acumula basura de hace una semana. Suena música mala y sólo hay gordos fumando puros, bebiendo whisky y jugando al guiñote.
Cayetana, muerta de asco, se sienta en una de las banquetas de madera, limpiándola antes de las migas que tiene encima, y pide una cerveza. Sabe que los gordos la están mirando con ojos saltones y pensamientos obscenos, puede que se le esté viendo la raja del culo, pero no hace intento de tapársela con la chaqueta.
No vierte la cerveza dentro del vaso, se la bebe a morro como si fuera todo un macho y después se limpia la boca con la manga de la camiseta. Se da la vuelta, apoyando la espalda en la barra y abriéndose de piernas. Las miradas ya se convierten en auténticas proposiciones indecentes para una joven de esa edad. Pero Cayetana se siente deseada. Quizás por su cuerpo, puede que por su atrevimiento. También siente repugnancia hacia esos hombres y, posiblemente porque ese asco es más fuerte, se bebe lo que le queda de cerveza de un trago, deja tres euros en la barra y se despide de los gordos relamiéndose los labios.

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