Es
absurdo que esté escribiendo solamente por hacerle caso al horóscopo de hoy.
Absurdo y triste. En realidad hacía tiempo que quería ponerme a escribir. Hay
personas que me lo llevan recomendando unos meses. Yo llevo diciéndomelo años.
Pero ha tenido que ser el horóscopo de hoy quien me convenza: “Hoy las
actividades relacionadas con la lectura y el estudio estarán favorecidas,
Sagitario; aprenderás mucho con muy poco esfuerzo. Por otro lado, tu sexto
sentido se encontrará dentro de un día muy activo, precisamente por eso, podría
darte algunos mensajes muy interesantes sobre alguna cuestión importante de tu
vida”. Supongo que también ha tenido mucho que ver el paseo de esta tarde.
Caminar, con el frío chocando contra cada parte de mi cuerpo descubierta y escuchando
música a toda hostia, hasta quedarme sorda. Y pensando. Menuda novedad, ¿eh?
¿Yo? ¿Pensando? ¡Qué raro! Sí, es irónico. Y no, no tengo ni puñetera idea de
en qué he pensado.
Unamuno dijo una vez que no le gustaba ni un pelo la idea de
que sus personajes fueran a ser inmortales y él no. Amén, hermano. Pero no lo
digo por mis personajes. En realidad, siempre los dejo congelados. No. Lo digo
por las palabras. Pero yo pienso al contrario que tú. Lo que de verdad me
asusta es la idea de que mis palabras se pierdan en el tiempo y se queden en
nada. No es que valgan mucho. Sólo son palabras que bien puedo decir ahora como
olvidarlas dentro de un minuto. Pero he visto el poder que pueden llegar a
tener, lo que influyen en las decisiones de las personas, incluso en sus
sentimientos,… son las mejores compañeras de viaje que se puede tener. Así que
la idea de que desaparezcan, que nadie las recuerde, que… yo misma llegue a
olvidarlas,… me asusta tanto como mi amiga Sole.
He llegado a decir, porque lo pienso de verdad, que saber
hablar bien no consiste en saber utilizar las palabras adecuadas o tener un
buen léxico y una buena sintaxis. No. Hablar bien consiste en saber comunicarse
con los demás, y eso es muy difícil. Primero porque no todo el mundo sabe escuchar.
Segundo porque no siempre es sencillo saber qué estás comunicando y por qué. A
fin de cuentas, ¿quién sabe pensar y hablar al mismo tiempo? Ya me gustaría a
mí poder decir siempre lo que pienso. Y sí. Sé que lo que digo es peligroso,
porque mis pensamientos son… auténticas hienas muchas veces; hienas que viven
en una leonera. Pero me gustaría ser más valiente. Más testaruda. Si eso es
posible. Y hay otro problema: que muchas veces he sido una loca detrás de las
verjas, por lo que ser escuchada, o no, suele depender poco de mí. Así que
encontrar a alguien que comprenda lo que digo es un regalo pero, ¿quién me
asegura a mí que esa persona no olvide mis palabras? ¿Estoy siendo egoísta?
Además, las palabras pueden conseguir hacernos las personas
más libres del mundo o encadenarnos para siempre a algo y convertirnos en las
personas más desgraciadas. La experiencia me lo dice. Pero también nos cambian
para siempre. “No eres ni la mitad de lo que eras hace un año”. Duele mucho
escuchar algo así. Bendita sea la persona que me lo dijo, porque de esa manera…
supe que tenía razón, abrí los ojos y decidí. O un “te amo, princesa” en el
momento más importante. Y aún así… el silencio está más vivo que la palabra y éstas
siempre se quedarán cortas. También pienso que es mejor usarlas cuando estás
seguro de que lo que vas a decir con ellas es verdad; vamos, no mentir. Pero a
veces la mentira es lo único que nos mantiene con vida.
¿Y la libertad? La libertad la tenemos todos. Está ahí, delante de nuestras narices nada más nacer. Somos libres. Nosotros podemos decidir, somos dueños de nuestra vida. El mundo de los muertos no nos pertenece, pero sí el de los vivos, ¡aprovechémoslo! Somos libres, pero nos acojona serlo. Nos ponemos cadenas, nos marcamos límites y la sociedad favorece todo esto. Y alardeamos de libertad, de que podemos hacer lo que queramos en el momento que queramos sin darle explicaciones a nadie. Me gustaría verlo. Soy la primera que durante años ha estado atada a unas cadenas y gritaba que era libre, ilusa de mí. Pero oye, que llega un momento en el que tienes que abrir los ojos. Y quizás todavía no soy libre, pero eso no evita que no luche por serlo, algún día. Y lo seré. Vamos que si lo seré. Aunque muera en ese mismo instante, no me iré de este mundo sin haber volado un rato. A Dios pongo por testigo de que lo haré.
Seamos sinceros. Paseamos por el mundo creyendo ser los
mejores en todo, creyendo ser los más guapos, más inteligentes, más especiales,
mejores que los demás, que son todos unos mierdas. Aunque poca gente alardee de
ello, ¿quién no lo ha pensado alguna vez? Hay que ser un poquito modesto,
hombre. Seamos sinceros. Espero que alguien tenga ojos en la cara y haya visto
alguna vez en su vida que esto no es así. Que esta sociedad está creada por
auténticos robots que siguen las modas del momento, que siguen al que destaca.
¿Quién dice ya lo que piensa? ¡Si está mal visto ser diferente! Te tachan de
bicho raro, de loco. Bien. He de deciros que el mundo ha sido creado por los
locos para los cuerdos. Perdonad mi osadía, pero yo soy una loca. Y conozco
unos poquitos más, muy poquitos. Pero así sí vale la pena caminar por el mundo.
¿Estoy siendo egocéntrica? ¿Narcisista? Quizás lo primero sí, lo segundo lo
dudo. Bueno, pues ya iba siendo hora de serlo. Estoy loca. Y me encanta. Y olé
por los pocos locos que pisamos las calles.
No siempre he sido así, ¿eh? Soy la primera cobardica. Es lo
que tiene haber convivido con fantasmas desde pequeña. Llega un momento que no
te fías ni de tu propia sombra. Pero él me dijo hace poco que, a pesar de mi
inseguridad, he conseguido convertir ese miedo en pasos firmes y decididos. Sí,
es cierto. No lo he conseguido sola, pero sí he estado sola. Y a veces me han
tenido que dejar sola para darme cuenta de la realidad. Gracias. Y sigo
teniendo miedo. Coño, me acojona estar escribiendo todo esto, eso para empezar.
Me acojona saber que tengo la libertad ante mis narices. Me acojona pensar que
ya no pienso en mañana. ¡Qué ya vivo el momento! ¿Hola? Si yo antes no era así.
Y ni yo misma me lo creo. Y a pesar de todo, a pesar de ser una cobarde, miedica,
algo pasota y un tanto… dependiente… soy una persona fuerte, que sabe estar
sola, que sabe solucionar sus problemas y que ha aprendido a encontrarle los
dos pies al gato. Oye, y ya que estamos, también soy guapa e inteligente. ¿Por
qué no decirlo? Es la verdad. Por mucho que haya habido gente que me decía lo
contrario y que puede seguir diciéndolo. No soy ninguna tonta. He vivido
demasiado y sé demasiadas cosas como para considerarme tonta e idiota. Vale,
sí, quizás no sé nada de química o de matemáticas, y muy poquita historia y
para la geografía siempre he sido un desastre. Aunque si hablamos de lengua y
literatura… soy una experta en la rama. Pero, ¿y la asignatura de la vida? No
te la enseñan en ninguna parte. La aprendes a base de golpe y porrazo, de
caídas y pisotones, de querer hundirte en todo el fango y no salir de ahí
porque ya te has acostumbrado al olor, al color y a la poca comodidad que eso
pueda tener. Pero lo aprendes. Y llega un momento en el que te levantas. Que a
veces se necesita una mano amiga para ello. Pues sí, todos necesitamos más de
dos manos en muchas ocasiones. Pero, ¿y la cantidad de veces que te tienes que
levantar tú solo? Llega un momento en el que aprendes la lección más
importante. Y es que si te caes te vuelves a levantar. Y si te caes mil veces,
te intentas levantar otras mil. Que te equivocarás siempre, que pisarás la
misma piedra cien veces, tropezarás, hablarás más de la cuenta, mentirás o
simplemente decidirás mal. Pues claro. Somos humanos, y nos equivocamos. Pero
la asignatura de la vida sólo se aprende en la calle. Y yo la he aprendido. Y
seguiré equivocándome. Pero sabré cuándo es hora de levantarse y cuándo es hora
de decir “cinco minutos más, mamá”. Y soy guapa. Y estoy buena, tengo buen
cuerpo. Y a quien no le guste que no mire. Que para gustos los colores. Pero no
pienso permitir que vuelvan a destrozarme por nada. Me quitaron la ilusión,
consiguieron que mi autoestima rozara el subsuelo, que no volviera a creer en
el amor ni en mí misma. Es verdad que mis amigos me apoyaron y me dijeron todo
esto, que soy guapa, que no hiciera caso. Pero ha tenido que aparecer la número
uno para creerlo de verdad. Porque no solamente me lo dice, sino que me lo
demuestra. Y a veces las palabras necesitan de actos para tener fundamento.
Que el amor existe, igual que las posibilidades. A fin de cuentas, el amor es eso: cuestión de posibilidades. Y puede con todo. Y que el amor y la libertad… pueden ir de la mano. Parece increíble, ¿eh? Probadlo. Porque nadie pierde a nadie porque nadie posee a nadie. Ese el verdadero significado de libertad. Tener lo mejor del mundo sin poseerlo. Y es que sólo nos tenemos a nosotros mismos, no dependemos de nadie más que de nosotros. Está bien compartir tu vida con esa persona. A veces resulta que entre los dos hay en realidad una sola vida, vamos, que son una sola persona. Pero o te tienes a ti, o te quieres a ti,… o en realidad estás más solo que la una. Vale. Todos necesitamos a alguien. Pero sin nosotros mismos no tenemos nada, es lo que quiero decir.
Y, por cierto, ¿a qué viene tanta hipocresía? Primero somos personas, después religiones, ideologías, países, historias, economía, sexualidad,… pero ante todo somos personas. ¿A qué viene eso de no tolerar a los que son diferentes a ti? ¿O juzgar sin preguntar ni conocer antes? Ama al prójimo como a ti mismo, ¿no? Defended algo en lo que creéis de verdad. Quien quiera entenderos y escucharos lo hará, por muy diferente que sea su opinión. No juzgará porque, ¿quién es esa persona para juzgar nada? No somos perfectos. De hecho, somos los seres más imperfectos; más incluso que las pobres amebas. ¡Viva la imperfección! Menudo coñazo sino, ¿no?
Hace siete años que escribo, que aprendí a utilizar las
palabras y a expresar con ellas. Hace siete años que estoy gritando pidiendo
ayuda, expresando sentimientos y pesadillas, pidiendo un poquito de atención. Mundo
sordo y ciego, ¡qué estás en la parra! Una vez dije que todo lo que escribo no
es siempre lo que pienso y que a veces escribo cosas que no pienso. Vale, sí. Pero
nunca escribo sin razón. Llevaba mucho tiempo queriendo escribir estas palabras
y sé que me estaré dejando muchas cosas en el tintero así que espero no ser tan
vaga que cuando empiecen a brotar ideas no las plante. Bien es cierto que hay
personas a las que nunca les he tenido que gritar Help! I need somebody. Así da
gusto.
Que me encanta comer. Me encanta zamparme el mundo a
mordiscos y engullir hasta las migas. Me encanta salir a pasear con frío. Me encanta
irme a ver el manto de la Virgen. Voy a cantar como si nadie me estuviera
escuchando y a bailar como si nadie me estuviera mirando. Que ya es hora de
hacer el ridículo y reírme de mí misma. ¡Ya es hora de soltarse la melena! Vestir
en chándal y ver fútbol. Hablar de política. Perseguir un sueño. Y viajar. Porque
me iré. Lo digo como suena. Me iré. Cogeré un avión en cuanto sea posible
hacerlo. Quizás acabe la carrera antes, por gusto, por amor al arte. Es mi
pasión, para qué mentirnos. Pero me iré. Y no sé si volveré. Me da igual. No me
asusta. A veces tenemos que echarnos a correr para ver quién estaría dispuesto
a seguirnos. No pretendo que nadie me siga. Pero una parte de mí está
convencida de que una persona se vendrá conmigo sin soltarme la mano. El fin
del mundo es un mito. El ahora es lo que cuenta. Pero sin condicionales, por
favor. Se acabaron los condicionales. Por el amor de Dios, la manía que os he
llegado a coger. Culpa mía. O vuestra, por existir y ser tan morbosos. Que no sé
cuál es mi lugar pero tampoco estoy dispuesta a quedarme aquí de brazos
cruzados. Quiero dormir al aire libre. Respirar hasta la última gota de
oxígeno. Bañarme desnuda en una playa cristalina. Joder. Quiero vivir. Maldita sea,
vivir,… Con lo que nos ha costado llegar hasta aquí. No hay placer más intenso
que el de la vida misma. Quiero follar hasta quedarme sin fuerzas. Quiero gritarle
al mundo que soy feliz. Y llorar. También quiero llorar, una vez al mes por lo
menos. Echar de menos sin llegar a arrepentirme. Perdonarme. Y escribir,…
escribir hasta el día que me muera. Conseguir el negro y continuar. Quiero mover
el mundo con mis manos, cambiarlo, modificarlo a mi antojo sin arrebatarle su
esencia. Estudiar psicología para volverme más loca. Ser periodista y dejarles
con el culo al aire. En realidad me da igual. Sólo sé que quiero irme. Y echar
a volar. Y todo esto venía a que no quiero que mis palabras desaparezcan porque
no valdrán mucho pero sin ellas estaría perdida y no podría decir todo lo que
he dicho. Es probable que muchos os las toméis a la ligera y que otros tantos
no lleguéis a leerlas. Bien por vosotros. Aquí la que pierde no soy yo. Con un
poquito de suerte alguien las leerá y habrá cosas que no olvide. Aunque la
suerte depende siempre de uno mismo, ¿verdad, amor? Nosotros la creamos.
Y añadiré una última cosa. No tengo vértigo. ¿Sorprendente? Y
una mierda.
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