Marta

(I)
Marta ha cumplido los dieciocho. De vez en cuando lleva pañales y se pone un chupete entre sus labios. Por las noches se enciende una lucecita y duerme con su peluche. Marta llora siempre y es una quejica porque grita si le pellizcan los mofletes. Le gusta jugar a papás y mamás aunque nunca hay papá. Sus barbies sin cabeza son sus muñecas preferidas. Marta se viste siempre con ropa de color rosa porque le gusta ser cursi. Le divierte asustar a su hermano pequeño como le asustaron a ella a su edad y canta canciones inglesas en un idioma desconocido para ella. No le gusta estudiar cosas de mayores y le dan asco los chicos porque son muy raros. Se chupa el dado cuando tiene hambre o está durmiendo, y se mete el dedo en la nariz cuando piensa. Marta no recuerda las cosas que hace una vez hechas, canta canciones populares y hace reglas incorrectas. Marta tiene dieciocho y sueña que vuelve a ser feliz.

(II)
La historia de la vida de Marta puede resumirse perfectamente en tres palabras: engaño, verdad, camino.

(III)
De pequeña, Marta se escondía de sus temores. Ahora, hace frente a sus temores.
Y se mantiene firme, hasta el último instante posible... donde suele caer.
Pero Marta se levanta, otra vez.
Otra vez, otra vez... y otra vez.

(IV)
Marta salta encima de la cama. Quiere alcanzar el techo, quiere tocar las estrellas que tiene pegadas en su propio cielo de color morado. No llega. Lo sigue intentando, porque sabe que algún día crecerá lo suficiente como para alcanzarlo.
Mientras tanto se tumba en el suelo, apaga la luz y baja la persiana. Y ahí están sus estrellas, cada una con un nombre, cada una con una historia. Sisi, porque fue la primera, cuando tenía cinco años, su madre le preguntaba si la quería, ella sólo decía "sisisisisisi". Blecul, porque se la compró ella misma después de sentirse culpable por romper el jarrón preferido de su abuela. Sol, es la que está más cerca de la lámpara, y tiene siempre el brillo más intenso. Marta, la que lleva su nombre, porque quiere llegar a ser esa estrella. Y una muy especial, la última de su lista, aunque hay muchas más. No tiene nombre, no lo necesita. Ella es especial, le dio el camino de vuelta cuando se perdió, y la encuentra todos los días cuando sale al balcón.
Marta sabe que algún día alcanzará las estrellas, quiere darles las gracias.

(V)
A Marta no le gusta el deporte, pero lo practica porque va corriendo a todas partes. Sin embargo, llega tarde aunque salga a tiempo, según su reloj que marca siempre la misma hora. A veces ya no hay nadie esperando a Marta, y si hay alguien la recibe con gritos.
Quiere hacer tantas cosas a la vez, que Marta no llega. ¡Quiere ser omnipresente! Su Dios no la escucha. Le reprochan, ella lo siente. Les dice: “quisiera decir que voy a tomarme las cosas con más calma, después de esto”. Se calla: “pero no sé si mentiría”.
Un día llega puntual. No le han gritado; Marta vuelve con la mejilla colorada.
La próxima vez que llegue a la hora, irá ciega.

(VI)
En la estación de tren, Marta mira pasar las agujas del reloj. Lenta, muy lentamente, el tiempo va pasando. No mira a las personas, y eso que le gusta fijarse en las diferencias de todos ellos e imaginarse sus historias por la imagen de su rostro. Pero mira el reloj. Escucha al tiempo cantar tic-tac. Mira la hora de su muñeca, de su móvil y la del reloj grande que evita que la gente pierda el tren. Compara y cada uno marca una hora distinta, separadas por segundos. De ese modo, Marta quiere creer que para cada situación hay un reloj. Si así fuera, sería posible manejar un poco el tiempo.

(VII)
Cuando Marta sale de casa, siempre lleva consigo el móvil y sus auriculares. Es así como la música, grata compañera, le ayuda a imaginar sus propios mundos. Es lo que ella llama “su mundo de Yupi”. Un mundo con personajes imposibles e increíbles, completamente inventados todos ellos, viviendo en un mundo que no tiene nada que ver con el suyo. Sus historias se escriben con las notas y los compases, puesto que son ellos los que llevan los distintos argumentos que pueden rodear a un protagonista.
A Marta le gustaría poder escribir esas vidas que ella vive, lejos de la suya. Pero Marta sabe que es imposible escribir todas sus canciones.

(VIII)
Marta se ha traumatizado. Pobrecilla. Ella estaba muy tranquila, pasando algo de calor típico de enero. Tenía una emisora puesta, una que intercala poesía, noticias y música. Poco caso hace a las noticias, todavía menos a la música. La poesía, sin embargo, la atrae. No hay nadie por la calle, que ella vea desde la ventana. Estarán en su casa, cerca de la chimenea. La canción que está sonando no tardará mucho en acabar, o eso espera. Pobrecilla, se está perdiendo una obra de arte. Bebe de la botella de leche cuando escucha: "Dame, dame, dame más. Dame más de tu sabor, ese que guardas en secreto, bajo llave en el colchón. Dame más de tu propio dulce. Por favor, conviértete en mi droga particular. Hazme adicta de ti, déjame probar".
Escupe el líquido antes de tragárselo.
No está traumatizada por el poema. Está traumatizada porque la leche le ha hecho tener más calor.

(IX)
Son curiosos los dedos de los pies. A Marta le hacen mucha gracia los suyos. Son pequeñitos y le encanta pintarlos de distintos colores. Piensa que, para ser tan pequeños, son muy fuertes, porque soportan sin problemas todo el peso del cuerpo. A veces los envidia, por estar ahí, tan unidos. Para Marta, sus deditos son un gran ejemplo, ahora, de color morado.

(X)
Marta está cansada de escuchar siempre las mismas conversaciones. Se aburre, porque se repiten y porque no las entiende. Marta escucha y escucha pero no capta ningún mensaje, no hay nada detrás de esas palabras. A decir verdad, ¿qué busca en ellas? Prefiere la filosofía, tan antigua, tan compleja, tan somnífera. Sí… esas conversaciones son las que le producen sus pesadillas. Marta prefiere soñar que vuela.

(XI)
Marta no la entiende. Lo intenta pero no entiende lo que dice ni por qué lo dice, ni por qué se enfada. ¿Qué le ha hecho? Entonces es cuando Marta se enfada. Lo hace pocas veces, prefiere contar hasta diez antes de gritar, hasta cien antes de poner mala cara y hasta mil antes de insultar. Pero ni contar hasta diez mil le ha servido para evitar hacer todo a la vez y terminar enfadada.
Marta se esconde tras la puerta antes de abrirla, porque no quiere verse cara a cara con ella. No quiere besarla, ni pegarle en la cara. Lo único que quiere es entenderla.

(XII)
Marta de buena es muy tonta.

(XIII)
Marta oculta sus sentimientos a todos menos a su fiel amigo el papel. Marta no sabe lo que es no pensar, muchas veces pierde el sueño por sus descabeyadas ideas, así que Marta tiene que ponerse a contar sus respiraciones y se fija en que cada vez los segundos son más rápidos que éstas.
Teme a las arañas. Bueno, no las teme, le dan asco, con todas esas patas llenas de pelos, y esos ojos que miran a todas partes,... Pero le parece curioso que un cuerpecito tan diminuto pueda tener dentro un veneno tan potente. Prefiere los peces, más tranquilos y bobos. Bueno, prefiere a las golondrinas, porque siempre le hicieron gracia sus colas.
Marta mete todas esas cartas en botellas que deja a la deriva en distintos puntos de su cuarto, esperando que alguien las encuentre, las destape y sean incapaces de sacar sus sentimientos.
Prefiere que se queden embotellados y que, hasta ella misma, termine olvidándolos.

(XIV)
Marta camina de la mano del vacío. Canta entre almohadones "que llueva, que llueva, la virgen de la cueva"... y piensa quién será esa estúpida virgen que vive en una cueva. Se ríe de ella, ¿cómo no va a ser virgen si vive en la oscuridad? Y luego recuerda que lleva de la mano a uno de sus hermanos. Marta no será virgen pero es más estúpida.
Una hoja cuadriculada nunca es suficiente, le faltan cuadrados que pintar y el mosaico siempre queda incompleto. Vierte el contenido de una lata de cerveza y la espuma desaparece antes de que le de tiempo a saborearla lamiendo un trozo de papel inservible. Marta repite el proceso varias veces antes de darse por vencida.
Marta es cabezota, mucho, así que no pierde la esperanza de que le pongan unos zapatitos de cristal en los pies y la lleven en volandas a su rincón de la infancia.

(XV)
Marta está perdida.
Es la mejor jugando al escondite y una gran actriz con máscara clásica. Sabe saltar al juego de la comba con la pata coja pero tropieza fácilmente cuando camina por la calle.
Marta está segura de que sabría contestar sin equivocarse a la pregunta "¿quién eres?". En sueños y en silencio, lo duda. Se pega bofetadas llenas de vergüenza.
Marta está perdida dentro de una casita con sólo dos puertas. No hay ventanas, aunque sí muchas fotografías que, en lo más profundo de ella misma, querría ver arder. Todo está lleno de polvo y empieza a oler a cerrado.
Marta tiene miedo de salir por la puerta que nunca ha abierto. ¿Nunca? Quizás un par de veces a escondidas. Pero tiene miedo.
Todavía no ha aprendido que se está más cómoda fuera que dentro.
Marta también es tonta.

(XVI)
Buenas noches, Marta.
Te dibujaré un monumento el día que empieces a decir sí cuando lo piensas pero lo quieres callar.
Querida Marta, si no me hubiera quedado sin manos de tanto tenderlas te aplaudiría. En vez de eso, conténtate con que te aplaudan mis orejas.
Bonita Marta. Lo sé, yo también pienso que esta noche va a ser larga.
Buenas noches, Marta.

 (XVII)
Marta siempre estaba preguntando "¿qué tal?", "¿qué te pasa?", "¿por qué no has venido?", "¿qué tal lo has pasado?", "¿quieres hablar?", "¿qué quieres?", "¿qué puedo hacer por ti?", "¿cuándo te vas?", "¿cómo te encuentras?", "¿lo has pasado bien?", "¿necesitas algo más?", "¿te he hecho daño?", "¿me he confundido?", "¿quieres que vaya a verte?",... y así muchas más, todas iguales y distintas entre sí.
Pero hay una pregunta que Marta se hace siempre a si misma: ¿quién le pregunta a ella?, ¿a quién va a responderle?

(XVIII)
Porque está cansada de seguirle el cuento a un mundo que va al revés que ella. ¿No os dais cuenta de que tiene los brazos abiertos esperando otros que los acompañen? ¿Que muchas veces se pone a gritar pidiendo ayuda? Os confieso que muchas de sus sonrisas son unas míseras máscaras.
Marta se está cansando. Marta escucha a la perfección, en todo momento, por mucho ruido que haya alrededor. Pero debe estar muda, porque nadie la oye. Ya no pide ser escuchada. Con oída se conformaría, pero tampoco.
Marta explotará algún día.
Quien avisa no es traidor.

(XIX)
"Antes, cuando era pequeña, mi mayor preocupación era jugar a indios y vaqueros, y siempre iba con los indios", recuerda Marta. No temía dar volteretas en el suelo ni salir a al escenario para cantar o ser la reina de la pista de baile, que lo fue, tiene un diploma que lo demuestra. No le daba miedo nada. Ni sus fantasmas, que la acosaban de noche. Siempre se enfrentaba a ellos, se ataba con uñas y dientes a su cama o les decía cuatro cosas o se echaba a correr en dirección contraria, agarrándose al marco de la puerta. Ahora se ata con uñas y dientes a la felicidad, una felicidad que no es completa pero es lo que más se acerca a una sonrisa sincera. Y aún así, ayer se hizo sangre en las manos golpeando las paredes y se llevó las manos a la cabeza cuando las lágrimas aparecieron.
Marta ya no es esa niña valiente. Recordó hace unos días que se iba al fondo del patio del colegio y se ponía a rezar. Lleva rezando toda su vida. Y hoy ha vuelto a soñar algo que no soñaba desde hacía muchos años. Marta sube a un ascensor, aprieta un número y el ascensor empieza a subir, y a subir, y a subir, y a subir, y a subir, y no se detiene. Por mucho que su destino se haya quedado atrás, ella sigue subiendo. Hasta que aporrea las puertas de tal manera que consigue abrirlas, y sale a un sitio completamente desconocido para ella. Recuerda también aquél sueño en el que las casas de sus vecinos se convierten en auténticas miniaturas y ella no puede entrar. Se siente como Alicia en el País de las Maravillas. Marta fue una niña coqueta y lanzada una vez. Se ponía vestiditos y se pintaba como "las mayores". Era valiente y hasta jugaba a fútbol con los chicos. ¡¡QUÉ LE CORTEN LA CABEZA!!

...devolvédmela...


(XX)
Marta hace tiempo que dejó de leer y escribir. Casi ni recuerda qué se sentía con un buen libro entre las manos ni con una idea rondando en la cabeza. Y ahora tiembla pensando en aquello, se le pone un nudo en el estómago. “Con los años aprendí que el mejor momento para escribir es cuando tienes algo que decir”, qué razón. Y tiene tantísimas cosas que decir, que gritar, que se le acumulan en la boca y sólo salen balbuceos. Se pierde entre tantas historias de estos últimos meses; sentimientos desconocidos y descontrolados que se adueñaron de ella sin pedir perdón ni permiso. Piensa en el paso frenético del tiempo, que no llega a entender, que le asusta. De año a año, de meses a meses, de unos días a otros,… cómo son capaces de cambiar tan bruscamente las cosas. ¿Y de aquí a unos días? A mañana mismo. ¿Será diferente? Sí, seguro que sí. No era de las que leía el horóscopo, ni de las que creía en esas pequeñas líneas con un destino escrito. Ahora lo lee todos los días porque, asombrosamente, acierta, y le da consejos que no sigue. Consejos que Marta da a otros y que debería aplicarse a sí misma en más de una ocasión. En todas, para ser exactos. A veces lee las palabras que escribió hace tiempo, al principio, y piensa que su vida no ha cambiado en absoluto, que sigue siendo la misma que escribió aquello; y, sin embargo, le cuesta reconocerse en esas líneas. ¿Quién la entiende? Marta lo que necesita es tiempo.

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