31.1.11

Una pista falsa.

Están llegando. Los siento, cerca,
demasiado cerca.
Que no me vean, que no me huelan,
que el pánico no me traicione. Mis estremidades tiemblan,
ya vienen, ya se acercan.


Corre, maldita, antes de que te encuentren.
Reza para que no te busquen,
que se olviden de ti.
Reza todo lo que sepas
o no sales viva de esta.
Date la vuelta, ahí, mira ahí.
¿Lo ves? La salida.
Deja un señuelo, una pista.
Huye o lucha,
vive o muere.


Corre, cobarde,
antes de que te encuentren.
Deja un señuelo, una pista falsa,
déjales tu alma.
Te han visto, te han oído.
Huye o lucha,
vive o muere.
Se valiente.
Dispara primero, pregunta más tarde.


Date la vuelta, ahí, mira ahí.
¿Lo ves? No está detrás, está delante de ti.

30.1.11

20 de abril del 96

Sigo mirando la foto de aquel 20 de abril del 96.


He perdido el mapa del tesoro que guardaste en el baúl y sólo me arrepiento de enterrar allí las promesas que no cumplimos. Aborrezco el azul de tu ojo izquierdo y los desayunos con lenguas de metal.
Políticos corruptos del más allá, devolvedme lo que es mío, mi fe y sus ronquidos. Dios, escucha los lamentos de esta señorita de las dos esquinas, que yo también tengo sentimientos.


Una hormiga le hace cosquillas por la pierna. Ella se avergüenza de su osadía y la abofetea hasta arrancarle la piel de las mejillas. Él huye a abrir unas piernas ya abiertas. Parásito macabro que se alimenta de su amo.
Sigo mirando la foto de aquel 20 de abril del 96. Cumpliste condena en la cárcel de Madrid mientras en mi tumba criaban cuervos los fantasmas del jardín.

26.1.11

Dos dudas.

He aprendido a no aprender y a sentir cuando no debo. Me preguntaste cuál es mi peor pesadilla y hoy puedo decirte que el silencio. A veces camino por las calles de la ciudad y no sé dónde estoy, otras me miro al espejo y quiero saber quién hay detrás. O prefiero no saberlo, no lo sé, ni quiero.
Creo que al saltar puedo alcanzar las estrellas, qué idiota. Escuché a un gilipollas de calzones en las rodillas gritar "¡yo vivo el ahora, el futuro no importa!". Canté de una canción que el mañana es solo hoy, y aprendí que si miras atrás te pierdes. A veces sólo tienes que desplegar las alas y elevarte. Y es que sé quién soy y a quien no le guste que se joda.

Monstruos sin cabeza.

Todo está oscuro.
El cielo se ha puesto boca abajo y la tierra patas arriba.
Aparecen monstruos sin cabeza,
con garras por uñas,
andando de espaldas.
Me he quedado ciega al color de la primavera.
El sonido crujiente de los huesos
al romperse bajo el peso de sus cuerpos,
el sonido de la sangre
formando ríos de lava,… mi madre
me ordenaría lavarme las manos.
Si hay alguien que me mira
no tiene nombre
pero por ella cruzo los dedos
y se lo juro.

Por estrellas encuentro las letras
del abecedario, y ellas, simpáticas,
me saludan comiéndome las entrañas.
Creo que las entiendo.
Lloran palabras sobre los ríos de lava y no los secan.
Los monstruos sin cabeza
huyen a esconderse entre las grietas
con las manos en las ideas.
Creo que los compadezco.

Estiro la pata en inglés cuando las descubro.
Entonces busco mi reflejo en el río.
Sé que es sangre porque la huelo
pero no hay nadie donde yo miro.
Las palabras son traicioneras
igual que son extraños los monstruos sin cabeza.

Todo lo que escriba no será lo que otros lean.
Seré ciega pero no muda. Y quizás tampoco sorda.
Todo lo que escriba no será lo que otros lean
porque lo que escribo no siempre es lo que pienso.
Y cuando lo es no hay quien lo entienda.
A veces ni yo, pobre coja.
Y es que las palabras son traicioneras
y otros son mudos, sordos y ciegos.

Acepto la situación de mi vida
y las consecuencias de mis actos,
o de mis errores. Por besar beso tus pechos
y bebo tu saliva mezclada con la mía.
Bostezo, lloro zumo de limón
como Soledad Montoya.
Hasta desconozco la palabra color.
Si me piden que me defina
pongo una incógnita ya que creo que a la única persona
que no conozco es a mí misma.

21.1.11

Χαίρε, χαίρε, ελευθερία!

14.1.11

-

- Quizás vayas a odiarme por esto pero vivía en el paraíso. Vivía en un mundo sin monstruos ni fantasmas ni demonios. En un mundo donde sólo me preocupaba por mí misma y ni era dependiente ni paranoica. Aunque te mentiría si dijera que no me sentía vacía. A fin de cuentas, ¿qué tiene de emocionante un mundo sin apocalipsis? Bendita ignorancia, sí. Pero siento lástima por los ignorantes que un día morirán y no sabrán por qué.

Callaron súplicas

Tengo que decir en mi idioma
que es hora de despertar.
Cansada de escuchar
a la monja abrirse de piernas
y al cura perder la cuenta
de los lobos vestidos de oveja.
Mañana será un día de nuevas buenas
escritas en pergaminos
a manos de griegos esclavos
y del soldado Patroclo muerto en guerra.

Tengo que decir en mi defensa
que mis hermanas ajusticiadas
podían ser adictas a las mentiras
pero, como Aquiles, callaron súplicas
pero no tristezas,
que no bostezo cuando siento frío ni dolor,
sólo cuando quiero comerme el mundo a color.

Tengo que decirte, querida Nessi,
que no necesito tu ayuda para estar segura
de que muchos en las noches de bodas
juegan a la escoba.
Tengo que pedirte, ilusa Nessi,
que no me avises cuando vayas a tirarme
de cabeza al desierto.
Desnúdame antes
y arráncame los ojos, te lo ruego.

En trozos de papel

Paloma sale del portal silbando y con las llaves en la mano. Viste unos vaqueros desgastados y una camiseta ajustada de tirantes. Quizás camine con demasiada prisa, pero no la tiene. Sólo tiene que llegar al final de la calle y girar a la izquierda. Quizás es que está ansiosa.

El bolsillo del pantalón comienza a vibrar y el principio de una canción suena. Detiene su silbido y lo sustituye por unos susurros que hacen adivinar el resto de la música. Un mensaje. “Me encantó lo de anoche. Si no tuvieras tanto miedo te diría de repetir. Hasta la próxima luna llena, preciosa”. Se habrán equivocado.

Llegará pronto pero se pone las gafas de sol que lleva en la cabeza. Y aprovecha para revolverse su pelo largo azabache. Se sienta en el tercer banco de la calle, en frente de la tabaquería. Enciende un cigarro, para darle honor. Da dos caladas y deja que se consuma, impaciente. Admira el fuego. Creador y destructor. Será humo al mismo tiempo que ceniza.

-Dichosos los ojos.- escucha.

¿Qué ojos? Si no se le ven.

-Dichosa la voz que se deja oír,- responde.

Y ambas ríen y se abrazan. La recién llegada se sienta a su lado y empiezan a parlotear de todo y de nada. Conversaciones de temas triviales.

¿Cuánto hace? Años, desde luego. Cada una siguió su camino, por descontado llamándose todos los días las primeras semanas. Al final un mero “felicidades” para los cumpleaños. Y aún así las dos se reencuentran en el tercer banco de la calle.

Con el paso de los minutos las palabras de su amiga se hacen cada vez más silenciosas hasta que al final sólo ve cómo se le mueven los labios sin que salga sonido alguno. Paloma se pone en modo automático y regresa a los pensamientos que la atormentan desde hace más de una luna llena.

Una joven de aspecto demacrado por el tiempo y con un vestido azul corre por un parque en mitad de la noche. No sabe de qué huye, no sabe qué tiene detrás y está demasiado asustada como para darse la vuelta. Un segundo más tarde se encuentra en medio de una tienda de campaña con la ropa hecha guijarros, abrazándose a las rodillas y mirando sin mirar con los ojos llenos de lágrimas y de un terror que no puede explicar. Tiene cortes en las mejillas y en los brazos pero parece que no es consciente de ello.

El mismo lugar que tantas veces ha recorrido desde que tiene memoria le devuelve una imagen que no había visto antes. Todo es igual y distinto al mismo tiempo, y, aunque ve que no hay nadie a su alrededor, sabe que una presencia está cerca de ella. Camina subiendo una calle y bajando otra, pasando coches y papeleras. Cree que se ha vuelto loca cuando ve sombras difuminadas de tamaño pequeño correr detrás de una pelota y a madres y a padres fumando mientras hablan de sus problemas sin atender mucho a los pequeños. Pero allí no hay nadie. No recuerda la última vez que vio la calle llena de gente.

Llega a un lugar que vuelve a sentir como suyo pero que no había visto antes, al menos que ella recuerde. Es una calle alargada y solitaria, con un muro a un lado que sólo deja adivinar los tejados de unas casas de ladrillo falso. La calle se corta en la entrada a un garaje, una entrada demasiado grande. Luego continúa su camino. Se ve a sí misma detrás de ese muro y cree estar en un laberinto. Las casas son pequeñas y el espacio entre unas y otras es demasiado estrecho como para que puedan pasar dos personas a la vez. Las vallas son de color verde, ¿o rojo? No lo sabe. Pero de nuevo siente que hay algo detrás y, como tantas otras veces, no se da la vuelta para comprobarlo.

Nunca había visto un parque de atracciones tan callado, muerto y sucio. Como antes, vuelve a ver a muchos niños subiendo y bajando de las diferentes atracciones. Siente pánico al ver payasos pintados en algunas de ellas, pero los niños ríen. Ella pasea con las manos dentro de los bolsillos del pantalón y la espalda demasiado tensa, tanto que sabe que pronto le empezará a doler a causa de las contracturas. Escucha risas que le dan miedo. Se pregunta dónde están todos esos niños y por qué ya no juegan. También se pregunta quién o qué es lo que está en ese mismo lugar que ella, pero esa pregunta prefiere no contestarla.

Un concierto. Monstruos de tamaño enano sacados de una serie de televisión. Una exhibición que nunca ha vivido. Música. Agujeros en mitad de una pared, tapados de mala manera, por los que puede pasar un cuerpo humano. Un laberinto en miniatura. Un embarazo sin nombre, producto del adulterio. Juegos en los que los perdedores están muertos antes de empezar. Una clase de gimnasia vista desde fuera con muchas gordas que parecen fideos. Una llamada de teléfono de un conocido que cae mal. Las gafas rotas por un abrazo. Llegando tarde a todos los sitios. Una ciudad con nombre equívoco. …los fotogramas se amontonan en lo que creo que son trozos de papel.

-Paloma, ¿me estás escuchando?,- una mano se mueve deprisa delante de su cara. Por un momento se siente mareada.

-Perdona, estaba pensando.

-Bueno, lo que te decía. Resulta que el otro día, al final, después de ese mensaje en el que me llamaba preciosa,…

Y vuelve a perder el hilo de la conversación.

Piensa, sí.

Piensa en por qué a las mujeres les gustan los hombres malos pero se quedan con los buenos. Piensa en qué diferencia a un hombre malo de uno bueno si que las personas hagan cosas malas no significa que sean malas personas.

Piensa que se vive mejor en la ignorancia, pero empieza a cansarse de verse siempre perseguida, sin saber qué tiene detrás.

Y piensa qué demonios está haciendo sentada en el tercer banco de la calle con una chica de la que ha olvidado el nombre y la historia.

Cuando quiere darse cuenta ya se ha levantado y ya ha cruzado a la acera de en frente. Enciende otro cigarro y este sí se lo fuma. Piensa que está loca. No sabe si lo que está haciendo está pasando de verdad o vuelve a ser un sueño. Las calles no le resultan familiares.

Piensa que definitivamente ha perdido el juicio. Pero sabe que está cuerda. A fin de cuentas, los locos nunca saben que lo están. De hecho, ellos siempre se creen sensatos.

En las escaleras

Si la locura es pasajera no quiero que pase. Si busco una partitura no existe, y si mañana me dijeran de repetir un día elegiría un segundo de todos. Porque los besos que dé nunca serán un error y cuando decida que ya se acabó diré "continuará".

Desconocida

Por escribir un poema te diría "bésame".
Y sé que no lo harías,
¿a quién se lo diría?
Hazme un poema sin palabras,
grita "es ella",... suficiente.
Y si me dejaras un rincón de tu mente
te susurraría "mañana".

5.1.11

Ya no busco el silencio de tus ojos, darle la vuelta a las palabras cuando te miento, cederle el paso al loco que escribe el mismo poema en la pared todas las mañanas a las diez o nadar entre sábanas de algodón vestida con tu piel.

Un pajarito llamado Pinzón

Dime, Carlota, ¿no estás cansada de buscarle los acentos al silencio?
Un pajarito llamado Pinzón siempre me cuenta los secretos que dejas a la vuelta de la esquina. El que más me gustó saber es que a veces te pierdes por mi cintura. He de confesarte que si pudiera detener el tiempo te robaría un beso.
Un secreto por otro.
Desnudémonos de secretos, escondámonos entre las piernas, que por la mañana volveremos a ser desconocidas.

La suma de los dados

Nadia coge aliento después de la carrera. No es ella la perseguida sino la perseguidora. Una vez que le ha dado alcance deja caer de su bolsillo dos dados rojos.
De pequeña le enseñaron a no preguntar y con el tiempo aprendió a disparar primero.
Nadia no cruza los dedos ni se besa el anillo de su mano. Sabe que la suma de los dados da siete, como siempre.
El día que deje de pasar, habrá preguntado antes de disparar y la bala llevará su nombre.