26.1.11

Monstruos sin cabeza.

Todo está oscuro.
El cielo se ha puesto boca abajo y la tierra patas arriba.
Aparecen monstruos sin cabeza,
con garras por uñas,
andando de espaldas.
Me he quedado ciega al color de la primavera.
El sonido crujiente de los huesos
al romperse bajo el peso de sus cuerpos,
el sonido de la sangre
formando ríos de lava,… mi madre
me ordenaría lavarme las manos.
Si hay alguien que me mira
no tiene nombre
pero por ella cruzo los dedos
y se lo juro.

Por estrellas encuentro las letras
del abecedario, y ellas, simpáticas,
me saludan comiéndome las entrañas.
Creo que las entiendo.
Lloran palabras sobre los ríos de lava y no los secan.
Los monstruos sin cabeza
huyen a esconderse entre las grietas
con las manos en las ideas.
Creo que los compadezco.

Estiro la pata en inglés cuando las descubro.
Entonces busco mi reflejo en el río.
Sé que es sangre porque la huelo
pero no hay nadie donde yo miro.
Las palabras son traicioneras
igual que son extraños los monstruos sin cabeza.

Todo lo que escriba no será lo que otros lean.
Seré ciega pero no muda. Y quizás tampoco sorda.
Todo lo que escriba no será lo que otros lean
porque lo que escribo no siempre es lo que pienso.
Y cuando lo es no hay quien lo entienda.
A veces ni yo, pobre coja.
Y es que las palabras son traicioneras
y otros son mudos, sordos y ciegos.

Acepto la situación de mi vida
y las consecuencias de mis actos,
o de mis errores. Por besar beso tus pechos
y bebo tu saliva mezclada con la mía.
Bostezo, lloro zumo de limón
como Soledad Montoya.
Hasta desconozco la palabra color.
Si me piden que me defina
pongo una incógnita ya que creo que a la única persona
que no conozco es a mí misma.

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