14.1.11

En trozos de papel

Paloma sale del portal silbando y con las llaves en la mano. Viste unos vaqueros desgastados y una camiseta ajustada de tirantes. Quizás camine con demasiada prisa, pero no la tiene. Sólo tiene que llegar al final de la calle y girar a la izquierda. Quizás es que está ansiosa.

El bolsillo del pantalón comienza a vibrar y el principio de una canción suena. Detiene su silbido y lo sustituye por unos susurros que hacen adivinar el resto de la música. Un mensaje. “Me encantó lo de anoche. Si no tuvieras tanto miedo te diría de repetir. Hasta la próxima luna llena, preciosa”. Se habrán equivocado.

Llegará pronto pero se pone las gafas de sol que lleva en la cabeza. Y aprovecha para revolverse su pelo largo azabache. Se sienta en el tercer banco de la calle, en frente de la tabaquería. Enciende un cigarro, para darle honor. Da dos caladas y deja que se consuma, impaciente. Admira el fuego. Creador y destructor. Será humo al mismo tiempo que ceniza.

-Dichosos los ojos.- escucha.

¿Qué ojos? Si no se le ven.

-Dichosa la voz que se deja oír,- responde.

Y ambas ríen y se abrazan. La recién llegada se sienta a su lado y empiezan a parlotear de todo y de nada. Conversaciones de temas triviales.

¿Cuánto hace? Años, desde luego. Cada una siguió su camino, por descontado llamándose todos los días las primeras semanas. Al final un mero “felicidades” para los cumpleaños. Y aún así las dos se reencuentran en el tercer banco de la calle.

Con el paso de los minutos las palabras de su amiga se hacen cada vez más silenciosas hasta que al final sólo ve cómo se le mueven los labios sin que salga sonido alguno. Paloma se pone en modo automático y regresa a los pensamientos que la atormentan desde hace más de una luna llena.

Una joven de aspecto demacrado por el tiempo y con un vestido azul corre por un parque en mitad de la noche. No sabe de qué huye, no sabe qué tiene detrás y está demasiado asustada como para darse la vuelta. Un segundo más tarde se encuentra en medio de una tienda de campaña con la ropa hecha guijarros, abrazándose a las rodillas y mirando sin mirar con los ojos llenos de lágrimas y de un terror que no puede explicar. Tiene cortes en las mejillas y en los brazos pero parece que no es consciente de ello.

El mismo lugar que tantas veces ha recorrido desde que tiene memoria le devuelve una imagen que no había visto antes. Todo es igual y distinto al mismo tiempo, y, aunque ve que no hay nadie a su alrededor, sabe que una presencia está cerca de ella. Camina subiendo una calle y bajando otra, pasando coches y papeleras. Cree que se ha vuelto loca cuando ve sombras difuminadas de tamaño pequeño correr detrás de una pelota y a madres y a padres fumando mientras hablan de sus problemas sin atender mucho a los pequeños. Pero allí no hay nadie. No recuerda la última vez que vio la calle llena de gente.

Llega a un lugar que vuelve a sentir como suyo pero que no había visto antes, al menos que ella recuerde. Es una calle alargada y solitaria, con un muro a un lado que sólo deja adivinar los tejados de unas casas de ladrillo falso. La calle se corta en la entrada a un garaje, una entrada demasiado grande. Luego continúa su camino. Se ve a sí misma detrás de ese muro y cree estar en un laberinto. Las casas son pequeñas y el espacio entre unas y otras es demasiado estrecho como para que puedan pasar dos personas a la vez. Las vallas son de color verde, ¿o rojo? No lo sabe. Pero de nuevo siente que hay algo detrás y, como tantas otras veces, no se da la vuelta para comprobarlo.

Nunca había visto un parque de atracciones tan callado, muerto y sucio. Como antes, vuelve a ver a muchos niños subiendo y bajando de las diferentes atracciones. Siente pánico al ver payasos pintados en algunas de ellas, pero los niños ríen. Ella pasea con las manos dentro de los bolsillos del pantalón y la espalda demasiado tensa, tanto que sabe que pronto le empezará a doler a causa de las contracturas. Escucha risas que le dan miedo. Se pregunta dónde están todos esos niños y por qué ya no juegan. También se pregunta quién o qué es lo que está en ese mismo lugar que ella, pero esa pregunta prefiere no contestarla.

Un concierto. Monstruos de tamaño enano sacados de una serie de televisión. Una exhibición que nunca ha vivido. Música. Agujeros en mitad de una pared, tapados de mala manera, por los que puede pasar un cuerpo humano. Un laberinto en miniatura. Un embarazo sin nombre, producto del adulterio. Juegos en los que los perdedores están muertos antes de empezar. Una clase de gimnasia vista desde fuera con muchas gordas que parecen fideos. Una llamada de teléfono de un conocido que cae mal. Las gafas rotas por un abrazo. Llegando tarde a todos los sitios. Una ciudad con nombre equívoco. …los fotogramas se amontonan en lo que creo que son trozos de papel.

-Paloma, ¿me estás escuchando?,- una mano se mueve deprisa delante de su cara. Por un momento se siente mareada.

-Perdona, estaba pensando.

-Bueno, lo que te decía. Resulta que el otro día, al final, después de ese mensaje en el que me llamaba preciosa,…

Y vuelve a perder el hilo de la conversación.

Piensa, sí.

Piensa en por qué a las mujeres les gustan los hombres malos pero se quedan con los buenos. Piensa en qué diferencia a un hombre malo de uno bueno si que las personas hagan cosas malas no significa que sean malas personas.

Piensa que se vive mejor en la ignorancia, pero empieza a cansarse de verse siempre perseguida, sin saber qué tiene detrás.

Y piensa qué demonios está haciendo sentada en el tercer banco de la calle con una chica de la que ha olvidado el nombre y la historia.

Cuando quiere darse cuenta ya se ha levantado y ya ha cruzado a la acera de en frente. Enciende otro cigarro y este sí se lo fuma. Piensa que está loca. No sabe si lo que está haciendo está pasando de verdad o vuelve a ser un sueño. Las calles no le resultan familiares.

Piensa que definitivamente ha perdido el juicio. Pero sabe que está cuerda. A fin de cuentas, los locos nunca saben que lo están. De hecho, ellos siempre se creen sensatos.

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